jueves, septiembre 14, 2006

MIS PRIMEROS PASOS EN LA SUMISIÓN


Hasta donde mi mente puede recordar, siempre me consideré lo que hoy llamaríamos sumiso. No en todos los aspectos de la vida, pero sí en el terreno sexual, y quizá, un poco más allá. Mis primeros recuerdos en este campo se remontan a cuando yo tendría 7 u 8 años.
Como muchos otros, tuve mis primeras aproximaciones sexuales (por llamarlo de algún modo) con una niña de mi familia. En concreto, fue con una prima a la cual veía cada dos años, ya que junto con sus padres y hermanos, residía en otro país, y cada dos veranos venían a pasarse un mes. Yo iba mucho a su casa cuando estaban en Las Palmas. Quizá ella ni lo recuerde, pero yo lo tengo grabado en la memoria, a pesar de que soy bastante inútil para rememorar hechos de mi infancia.
Recuerdo que ella, aproximadamente con la misma edad que yo, llevaba un día una faldita y una blusa. Estábamos sentados solos en sillón del cuarto de estar, y no sé cómo ni por qué empezó el juego. Pero lo que sí tengo grabado en mi mente, fue el hecho de pedirle, sin saber por qué, que se sentase en el apoyabrazos del sofá mientras yo me tumbaba en él con la cabeza en el lado en que se apoyaban sus pequeños piececitos.
Aún hoy me sigo preguntando cómo y por qué le pedí que pusiese sus pies sobre mi cara. Pero lo hizo. Mientras lo hacía y los movía sobre mi cara se reía a carcajadas; y de vez en cuando los levantaba y volvía a apoyarlos exclamando ¿a que huelen bien?, y cosas parecidas. Desconozco qué sentiría ella cuando lo hacía, y jamás se lo pregunté. Pero lo que sentí yo fue placer, felicidad, éxtasis (quizá fuera como un orgasmo infantil) al tacto de aquellas plantas de sus pies sobre la piel de mi rostro. Incluso furtivamente las besaba y me sentía en el paraíso.
Aprovechando que ella, por las razones que fuesen, no rehuía tales prácticas, recuerdo que en otra ocasión jugamos a la lucha (yo la adiestraba para retorcerme un poco el brazo y cómo inmovilizarme). Lógicamente yo fingía sentirme vencido y caer de rodillas a sus pies mientras ella me retorcía un poco el brazo, y le rogaba que me soltara. Le decía, a fin de que ella accediera, que le besaría sus pies si aflojaba un poco el brazo. Entonces me lo ordenaba y yo sucumbía de placer.
El contacto carnal más fuerte que llegamos a realizar fue el facesitting que yo le pedía bien cuando estábamos sentados en el sofá o bien dentro de las tácticas de inmovilización en las parodias de lucha que hacíamos a esas edades. Yo, como cabe suponer, me dejaba inmovilizar dócilmente con tal de poder suplicarle, verme a sus pies, sentir aquellos pies en mis labios mientras los besaba con pasión o sentir su culo con bragas en mi cara. Ella siempre se reía o me ordenaba estarme quieto.
Creo recordar que eso lo hicimos en dos de sus viajes a Canarias. Posteriormente nos veíamos menos y a mí me daba mucha vergüenza no ya el pedirlo, sino el rememorarlo con ella.Jamás volvimos a hablar de aquellos juegos infantiles y ella tampoco me los propuso ni me dio pie para ello. Sólo una vez volví a sentir algo parecido con ella. Estando en unos apartamentos muy privados del sur de la isla de Gran Canaria, ella, ya con sus 16 años, tenía un cuerpo precioso. Estábamos en la piscina del complejo, y ella lucía un bikini precioso que le resaltaban sus ya hermosos pechos. Tuvo por no sé que motivo un enfado con su hermano menor y lucharon. Ella le puso el pie encima de su cuerpo en pose de victoria: y yo, al verlo, tuve que ponerme tumbado boca abajo para que no se notara mi pene hinchado porque imaginaba y deseaba ser su hermano en esos momentos para sentir ese pie encima de mi estómago y verme postrados ante ella. Jamás volvimos a hablar de nuestros juegos infantiles
La última vez que nos vimos teníamos aproximadamente 30 años. Charlamos un rato sobre nuestra vidas pero sin mencionar para nada algo de nuestra niñez. Imagino que cada uno metió esos juegos en el cajón de los recuerdos de nuestra niñez.
No sé cómo será su vida ahora y si ella sentía placer con aquellos juegos, pero para mí fueron el inicio de un camino que ya dura 45 años, y que la mayor parte de las veces lo he andado a oscuras, bajo las tinieblas siniestras de la "perversión" o "anormalidad".

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