domingo, diciembre 12, 2010

EL TRIBUNAL DE OPOSICIÓN
































































































































































































































































































































































































































































Entró con decisión a la sala de audiencia. La mirada de los cuatro miembros del tribunal se posaron en ella, pasando en un segundo del vistazo neutro y ligero a la mirada escrutadora y de admiración. Ella se sabía preparada de conocimientos. Pero para asegurar su éxito se había vestido y maquillado con cuidadoso detalle.


Una falda gris marengo con una blusa blanca desabotonada hasta su pecho cubrían su ya hermoso cuerpo. El tipo de peinado corto que llevaba tampoco se dejó al azar. Y sus piernas las cubrían unas medias negras pero poco tupidas. Su hermoso y seguro andar se lo proporcionaban unos zapatos color negro de tacón fino y alto.


Todo, en su conjunto, le proporcionaba a ella una seguridad que, en aquellos momentos de tensión y nervios, le era necesaria. Aunque no era vanidosa, sabía que su presencia amilanaba un poco a los miembros del tribunal. Y eso era un punto a su favor. La belleza de ella jamás pasó desapercibida, pero con aquel conjunto sabía que la atención de los allí presentes se dirigía más a su porte que a la exposición del tema que la había traído a aquella fría estancia.


Los miembros del tribunal de Oposición estaban sentados uno al lado de otro en el centro de una larga mesa de juntas. Ella estaba frente a ellos por el otro costado de la mesa. A una señal del miembro más joven del tribunal, ella, muy nerviosa aun, comenzó a explicar el tema designado por el mismo. Al poco pidió permiso para levantarse y poder explicar de una manera relajada el tema de su disertación.


El taconeo seco y sensual que producían sus zapatos al caminar comenzaban a surtir efectos ante aquellos hombres. Apenas si miraban hacia las diapositivas. Los ojos de todos ellos no se apartaban de sus zapatos y sus piernas. Ella fue poco a poco consciente de tal hipnosis. Y se sintió muy segura de sí, y la exposición fue clara y perfecta. Por un momento se sintió dueña de las voluntades de aquellos hombres, y que los podría dominar y usar a su antojo. Y ese pensamiento le dio alas para ir a por todas.


Cuando estaba en sus últimos párrafos, aprovechó como escalón una mesa baja auxiliar adosada a la mesa de juntas, y se colocó sobre ella. Sin dejar de caminar a lo largo de toda la mesa, siguió con su disertación ante la mirada atónita, pero también de deseo, de aquellos hombres. La falta de palabras de éstos le confirmó a ella lo que ya intuía desde hacía un rato. Esos hombres eran o se acababan de convertir en fetichistas de los zapatos de tacón de aguja de aquella endiablada mujer. No paraban de seguir los pasos de la muchacha en sus idas y venidas a través de la larga mesa.


Cuando pasaba a la altura de cada uno, hasta ella podía sentir los fuertes latidos del corazón del agraciado con aquella visión. El que estaba en una de las esquinas tenía placer doble, ya que ante él ella paraba se giraba y volvía hacia el otro lado. Se estaba dando un festín de sensualidad, erotismo y deseo ardiente.


Finalizó la disertación del tema de exámen en un extremo de la mesa. Y con calma y voz pausada dijo: Quien crea de los miembros del tribunal que esta "trabajada" exposición sobre el tema que me han indicado se merece la máxima nota de la Oposición, podrá tener el privilegio de besar la punta de mis zapatos que tanto les ha encantado".


Todavía encima de la mesa, paraba ante cada miembro, y se volvía de frente. De tal modo, la cara de aquellos quedaban a escasos centímetros de sus zapatos y sexys piernas. El primero titubeó; pero, al final, todos y cada uno de aquellos estirados hombres agacharon la cabeza hasta posar sus resecos labios en los zapatos negros de aquélla, ya opositora aprobada, para besarlos con devoción.


Bajó de la mesa de la misma manera elegante que subió y se despidió con un gracias por escucharme y hasta pronto. A partir de aquel día, aquellos cuatro varones iban a engrosar su ya larga lista de admiradores, siervos y esclavos.

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