lunes, marzo 12, 2007

LA CONFIDENTE 1ª PARTE



































































































































































































































































































-Pásate por mi casa esta tarde para tomar ese café que tenemos pendiente, le dijo por teléfono.

Desde ese preciso instante, él se convirtió en un manojo de nervios, en una tetera a punto de ebullición. Habían chateado alguna vez, y él, en un ataque de sinceridad y liberación, le había ido confesando a ella algunas de sus fantasías sexuales más íntimas. Aquellas que nunca había revelado a nadie, y que, honestamente, jamás pensó en ni siquiera insinuar. Y menos a una mujer. Pero lo hecho, hecho estaba.

Aunque había fantaseado con ella en sus sueños de sumisión y esclavitud, sabía honestamente que esa mujer no era una dómina. Ella lo había dejado claro en el chat. Y en las escasas veces que se vieron antes de ese café, él sabía que, a priori, ella no reunía las características y aptitudes personales de una dómina. Aunque pueden existir sorpresas, hay cosas que un sumiso capta perféctamente para saber si una mujer es una dominatrix, o puede llegar a serlo con el tiempo, o bien si es una vainilla. En este caso, quizás fuese una mujer que jugase al rol de ama como un entretenimiento o como una trivialidad para salirse puntualmente de la sexualidad convencional. Pero siempre lo haría sin la naturalidad, la pasión y el disfrute con que lo haría un ama de nacimiento, por así decirlo.

Aun con todo, él se sentía muy nervioso ante el encuentro. Pero esos nervios no eran los típicos de un sumiso ante la primera sesión con un ama. Provenían de su vulnerabilidad ante ella. Esa mujer sabía de sus secretos; y cuando alguien sabe algún secreto tuyo, tiene de por sí una ventaja sobre ti. En cierto modo, tiene una superioridad sobre ti. Y ese simple hecho le atemorizaba y le excitaba al mismo tiempo.

Él sabía que ella no le iba a recibir con un corpiño de cuero, botas altas, y con unas medias negras entre aquéllas y sus piernas. Pero era consciente de que ella sabía que con un simple movimiento de su pie con un zapato que fuera de su agrado, era suficiente para sacudir toda su sexualidad masculina. Este hombre conocía sus límites fruto de su timidez, y sabía que jamás le propondría a ella una corta sesión de sumisión; y mucho menos, se atrevería ni siquiera a tocarla: él era un caballero, y sabría mantener en todo momento su discreta y disimulada sumisión ante aquella mujer.

Esa misma mujer, guardiana de sus secretos más íntimos, merecía todos sus respetos y su cariño. Era una fémina agradable, de fluida conversación, y con una visión de la sexualidad bastante tolerante. Por fuera, quizás no tuviese ella el prototipo del ama que él siempre soñó. No obstante, Dios la había poseído de un cuerpo bello, una voz muy sensual y aterciopelada, y un estilo al caminar que desprende erotismo y poder a cada paso que da. De melena corta morena, tenía una mirada cariñosa, pero agresiva al mismo tiempo. Era de esas mujeres que con sólo mirarte sensualmente a los ojos, terminas derritiéndote ante ella. Poseía esa seguridad que tienen sólo las mujeres que se saben atractivas, aunque no presuman de ello.

En todas estas cosas, y muchas más, iba pensando él cuando el ascensor se detuvo en la planta del edificio donde ella residía.

Con el corazón a punto de reventar, y más ganas que otra cosa que darse media vuelta y largarse, atravesó el largo recorrido entre el ascensor y su puerta. A pesar de la estación en que nos encontrábamos, un ligero sudor brotaba de su piel. Pulsó titubeante el interruptor de su puerta. Mientras el silencio envolvía el eco del timbre, cayó en la cuenta de que ella estaba casada, y bien casada. Era una mujer feliz con su esposo y no necesitaba de aventuras extras para sobrellevar su matrimonio. Su pareja estaba en viaje de negocios. Ella se lo había dicho. Iban a tomar café y, seguramente, saldría a relucir el tema de sus fantasías. Por tanto, no cabía la presencia de otro hombre en aquel lugar. En aquel lugar que, a la postre, iba a convertirse en un confesionario sexual.
El movimiento de apertura del cerrojo le sacó abruptamente de sus pensamientos. Y allí estaba ella.


(CONTINUARÁ)




1 comentario:

Cosita {R} dijo...

Hola Bruma, presiento que la mujer de tu relato no solo tiene preparado para este sumiso un café y una conversación de confidencia. Puede que esta vez no piense en la sexualidad normal y quiera jugar a ser Ama.
Nos has dejado con la duda jeje… Bonitas fotos. Saludos