viernes, marzo 16, 2007

LA CONFIDENTE 3ª PARTE


























































































































































































































































































































































































Le costó recuperarse de tan duro mazazo. Entre sorbitos de café e intercambios de frases insulsas y mundanas, él fue recuperando su compostura interior. Estaba conversando, al fin y al cabo, con una mujer que parecía cogerle cariño a la dominación. Peor era eso que nada. Quizás, con el tiempo, podrían intercambiar puntos de vista sobre el tema de la D/s. Él siempre estuvo interesado por conocer el mundo desde la perspectiva de una ama. Había hablado una vez con una. Pero había sido tan corto, y él se había sentido tan abrumado y tímido a la vez, que casi no pudo percatarse ni de su presencia.

-Sobre todo, me daban mucho que pensar las fotos- comenzó diciendo ella, -y siempre que veía alguna sobre la dominación de una mujer sobre otra, se agitaba un no sé qué dentro de mí. Y quizás, si sigo aprendiendo sobre estos temas, llegue a ser un ama de mujeres de cierta categoría, y con un establo de esclavas en toda regla. No sé decirte si es por algo que me ocurrió de pequeña, pero de siempre me relamía de gusto cuando le hacía alguna putadilla a alguna amiga o compañera. También me hacía sentir bien las innumerables veces que les hacía sentir envidia por mi atractivo resultón, y por la cantidad de muchachos que, desde la época de instituto, se rifaban mi atención. Mientras ellas debe ser que no atraían a nadie y no se comían una rosca. Quizás el hecho de ver esas pocas fotos de ama-esclava hicieron resurgir en mí esos primitivos instintos de superioridad, poder y dominación.

Él la escuchaba ya atento, y le alegraba que ella estuviera siendo tan sincera con sus "cosas" como siempre lo fue él con ella. Esa complicidad le gustaba. Se confirmaba que no era un bicho tan raro. De pronto ella exclama:

- ¡Lleva las tazas al fregadero, estúpido!

Se quedó atónito ante aquella reacción de ella. Aquello se salía totalmente del guión. Y sin haber salido de su sorpresa, escucha:

- ¿Lo haces ya, o prefieres que te vaya tirando de la oreja hasta la cocina?

Desconociendo qué fuerza lo impulsó a ello, se levantó, recogió las dos tazas y las llevó al fregadero sin pronunciar palabra. El silencio embargaba la estancia hasta el momento en que volvió al sofá para sentarse.

- No te he dado permiso para volver a sentarte, esclavo- dijo ella, ésta vez con la sensualidad de su voz natural. Mientras ella cruzaba las piernas y movía su pie cubierto por el calcetín, prosiguió:

- eres una esclavo por naturaleza, y, como tal, a partir de ahora, cada vez que vengas a esta casa te arrodillarás ante mí, y besarás mi mano y mis pies o lo que lleve puesto en ellos, en señal de sumisión. No te cuestiones si soy un ama o no. Lo que nunca debes olvidar es que tú siempre has sido y serás un esclavo de la mujer. Y yo, antes que ama de mujeres, soy un ama. Disfrutaré aprendiendo contigo como esclavo, y tú tendrás el enorme privilegio de servirme y adorarme como la diosa que, a partir de ahora, voy a ser para ti.

A pesar de sus ancestrales sentimientos sumisos y de los deseos de servir a una ama, él se sentía avergonzado, ridículo y, quizás, hasta ultrajado. Le costaba horrores el tránsito de la fantasía a la realidad. No fue tan natural como él pensó podía serlo. A resultas de esto, él comenzaba a elaborar una respuesta al estilo "estás equivocada conmigo", o "estas cosas no suceden´o se llevan así". Pero como leyendo en sus ojos, ella se adelantó y le ordenó de forma enérgica:

-¡ Ni se te ocurra protestar! Ahora te marcharás, y acudirás cuando yo te avise. No admitiré ninguna excusa si te retrasas o faltas. Ahora, ponte de rodillas y sígueme hasta la puerta de la calle.

Ella se levantó lenta y majestuosamente del sillón de cuero, y se giró en dirección a la puerta. Viéndola de espaldas, y desde aquella postura inferior, la figura de ella le resultaba más esplendorosa, bella y sexy.

- Ahora besa el suelo por donde piso, y no se te olvide saltarte ninguna de mis pisadas o tendré que propinarte una buena zurra- dijo ella.

Comenzó a caminar lentamente hasta la salida, mientras él iba besando ansiosamente cada espacio frío de mármol donde su pie encalcetinado dejare huella. El recorrido, a pesar del dolor de sus rodillas, se le hizo tremendamente corto. Al llegar a la puerta los dos pararon, cada uno en su postura.

- Besa una sola vez mis dos pies y márchate, ordenó ella.

Poco a poco agachó la cabeza hasta sentir el dulce olor de aquellos calcetines. Un sólo beso a cada pie le pareció un castigo tremendo como sumiso. Él se pasaría horas besando aquellos calcetines, imaginando sus hermosos y delicados pies de diosa dentro de ellos. Los dos besos fueron delicados, llenos de ternura y devoción, en un intento de retener por vida en su olfato aquella fragancia que emanaba de la lana de sus calcetines.

El sonido de la puerta al cerrarse tras él, no lo sacó de su estado placenteramente sorprendido. No miró hacia atrás por temor a que ella estuviese observando por la mirilla. Mientras bajaba en el ascensor no paraban de mezclarse en su cabeza los muchos sentimientos y sensaciones que tenía de sí mismo tras aquel encuentro: miedo, valentía, ridiculez, orgullo, temor, esperanza, amor y odio.


(CONTINUARÁ)

No hay comentarios: