martes, marzo 13, 2007

LA CONFIDENTE 2ª PARTE















































































































































































































































































































































































Lo que vio ante sí era una mujer de mediana estatura, ligeramente maquillada y que esbozaba una sincera sonrisa por la alegría del encuentro. Llevaba puesto un pantalón vaquero azul no muy oscuro que le sentaba muy bien. Una blusa suelta de color claro continuaba al pantalón. Algunos botones por la parte superior y otros por la inferior no estaban debidamente cerrados. Asomaba un ápice de su ombligo y se dejaba entrever el nacimiento de sus pechos.

Para los ojos del sumiso, ella estaba informalmente sexy. Para evitar ser muy descarado, miró al calzado de ella cuando, después de invitarlo a pasar, la seguía dócilmente al salón de la casa.
-Quizás te extrañe, pero en casa suelo llevar siempre calcetines o estar descalza. Me encanta el contacto con el mármol frío.

¿Fue casualidad?, ¿o le habría adivinado el pensamiento? Recuerda. Tú mismo le habías dicho en una o dos ocasiones que de las primeras cosas que mirabas en una mujer era su calzado. Ella ya sabía que te estabas fijando en lo que cubrían sus pies. Eran unos calcetines de lana color celeste. La tenue luz natural proveniente del atardecer resaltaba el color claro de su piel. No sé en qué momento se dio cuenta de sus ojos. Quizás fuese mientras le invitaba a sentarse en el sofá de cuero que protagonizaba la estancia. Eran ojos de un color indescriptible; te penetraban o quemaban a la sazón. Eran unos ojos intimidadores. Eran bellos, aunque él no supiera porqué. Eran como imanes que atraían sus ojos hacia los de ella. Y aunque él era muy tímido, tenía que hacer denodados esfuerzos para no quedarse sensualmente hipnotizado por aquellos ojos.

-¿Cómo te gusta el café?, preguntó resuelta ella.

- fuerte y corto... aah, y con mucha azúcar, acertó él a responder, agradecido por la pausa en la lucha de miradas.

Bueno. Ahí estaba él. Y en la cocina, preparando el café, estaba ella. No pudo por menos que sonreirse al pensar que después de todo lo que él había fantaseado sobre ella, sus atuendos y su casa, lo más parecido al BDSM era el sofá de cuero. Pero, para colmo, era de color marfil. Pero tú sabías que nada iba a pasar. Sí, lo soñaste. Lo deseaste. Incluso llegaste a engañarte a ti mismo. Pero, en el fondo, sabes que todo es fruto de tu frustración sumisa. Es fruto de la cantidad de años transcurrida, ya no sabes ni cuántos, sin parar de soñar con ser un esclavo, un siervo, un perro... Toda esa frustración te está pasando factura; y deseas ver escenas de ama-sumiso hasta en los conventos de las monjas clarisas. Cíñete a la cruda realidad del hoy. Esa mujer que está preparando el café es sólo tu confidente. Es aquella persona, para bien o para mal, a la que osaste contarle una vez alguna de tus intimidades y gustos sexuales. Ella, a pesar de tus gustos "raros", te toleró, te escuchó... Y en más de una ocasión, aun sin ella proponérselo, consoló también tu alma triste y perdida. Y, por fin, no te engañes, ella sació, sin saberlo, tus más íntimos deseos. Dio vida a una ama para llenar tu sumisión vacía de realidades.

- me alegra mucho que podamos tener un tiempo donde hablar de "nuestras cosas", sin tener que estar aporreando un teclado. Es tan frío...- decía mientras ubicaba las tazas sobre la mesa.

A él le pareció que "nuestras cosas" sonaba con cierto retintín. Y seguramente estaba en lo cierto. Porque hasta ese momento, de "esas cosas" sólo había hablado él. Ella, las pocas veces que hablaba de su sexualidad, denotaba que era una vainilla, y a mucha honra. Sí, le gustaba cierta lencería próxima a la D/s, como el látex y el cuero; le gustaban ciertos complementos típicamente fetichistas, como las botas o prendas con imitación de piel de leopardo, tigre o cebra. Pero por lo que él sabía, hasta ahí llegaban los secretos sexuales de ella.

Ella no se sentía para nada segura de sí. Mientras observaba al hombre remover el azúcar del café, aún se preguntaba si habría hecho bien invitándole a su casa. Una cosa era chatear, y hablar sobre todos los temas, incluido el sexo, y otro bien distinto era hacerlo frente a frente, a solas. Porque en alguna ocasión se vieron y hablaron, pero siempre dentro de un grupo de amigos o familiares. Jamás hasta hoy habían estado solos cara a cara. Pensará él que esté intentando ligármelo. No, él ya sabe que mi marido lo es todo para mí, que lo compartimos todo, incluido los secretos (bueno.., casi todos los secretos). Seguro que sabrá mantener su compostura. A pesar de sus gustos, estoy segura que es un hombre recto, serio y bueno. Es curioso como pueden convivir al mismo tiempo en un hombre el deseo de justicia, bondad, igualdad, así como un odio beligerante hacia la violencia, la tortura, el maltrato y las vejaciones, junto con un deseo de ser humillado, vejado y esclavizado por una mujer. Eso fue lo que más me impresionó de todo. Yo, que jamás había pasado de la sota, caballo y rey en el campo de la sexualidad, va éste y me descubre nuevos mundos, nuevos placeres y nuevas sensaciones para mí inimaginables.

- ¿Has leído algo de mi blog?

- Sólo un poco, mintió ella.

Claro que lo había leído. De arriba a abajo y de abajo a arriba. Al principio fue simple curiosidad. La curiosidad dio paso al deseo irrefrenable de poder adentrarse en las intimidades de un hombre que no fuese su marido. La curiosidad cedió el sitio a la compasión hacia aquel hombre que sufría muchas veces por sentir aquellas formas de ver el sexo. Finalmente, la comprensión de ciertos casos de dominación femenina, le indujeron a pensar que, quizás con el transcurrir del tiempo, podría poner en práctica con su marido alguna de las escenas soñadas o fantaseadas por aquel hombre frágil que tenía frente a sí. Pero, también, en el fondo de su alma, sabía que algo de ama tenía. Sabía que el dominar a alguien determinado le producía cierto hormigueo placentero en la piel. Y en ese momento, después de comerse todo un blog sobre la sumisión masculina, cayó en la cuenta de lo que le producía aquella pequeña punzada de placer. Fue como una aparición mariana. Lo vio reflejado en su mente, y así lo soltó.

- De lo poco que he leído y visto en las fotos de tu blog, ya que no te tenido mucho tiempo, lo que más me ha sorprendido, y quizás gustado, ha sido la dominación femenina...

A él se le abrieron los ojos como argollas de barcos. Ya se imaginaba arrodillado ante ella rogándole dejarle besar sus calcetines.

-... sobre la mujer.

El mundo cayó de golpe. Casi se va al suelo de la lipotimia que le entró. Cayeron todas sus fantasías con ella. Aquellas escenas donde ella aparecía como una amazona y le montaba a él con fusta en mano. Aquellas escenas donde ella, cuan diosa del olimpo, se sentaba en un trono permitiéndole a su esclavo (él logicamente) que lavara cuidadosamente sus pies. Desaparecieron aquellas escenas donde ella, ataviada con un conjunto de cuero negro y botas negras de puntiagudo tacón que le llegaban hasta el muslo, le ordenaba besarlas, adorarlas, lamerle sus suelas. Y él, en señal de agradecimiento, le besaba su mano y le imploraba que lo usara como su esclavo y sirviente eterno.

(CONTINUARÁ)

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