lunes, agosto 27, 2007

LA ENFERMERA (HUMILDE Y BREVE RELATO MIO)





























Su trabajo le había costado aceptar la noticia. Después de estar cuatro meses practicamente inmovilizado en la cama de aquel hospital, ese médico frío e impertérrito le comunica de la misma forma que su corazón no puede sostener su respiración por mucho tiempo. No más de dos semanas le dijo después de insistirle en que concretara un tiempo.


De esto ya había pasado una semana. Poco le quedaba ya por hacer en este mundo, y, aunque le quedara, qué iba a hacer en aquel estado. Sin familia que le acompañase, los momentos más dulces pasados en aquella absurda e inocua habitación eran las visitas periódicas de una de las enfermeras. Raquel. Ese era su nombre.


Sin saber cómo, se había entablado entre ellos una relación que iba un poco más allá de la típica enfermera y paciente. Su figura, aunque atrayente, no encajaba en sus predilectos estereotipos físicos de mujer. Pero su conversación, su voz melosa y suave le habían calmado más sus dolores que las mayores dosis de morfina. Y había surgido entre ellos un pequeño feeling, mayor aun desde hacía una semana, en la que ambos ya sabían del poco tiempo que le quedaba a él.


Esas últimas conversaciones mientras le observaba la presión sanguínea, y vigilaba los aparatos que le ayudaban a mantenerse con vida, le habían ayudado mucho a aceptar su fatal destino. Seguramente saber del hecho de su irremisible muerte les había ayudado a sincerarse el uno con el otro. Qué más daba contarle a alguien sus intimidades si te ibas a morir. Qué más daba contarle a alguien tus secretos más íntimos si la persona que los escuchaba iba a traspasar el umbral de la muerte en pocos días.


Por eso ella le habló de sus cosas y él de las suyas. Le dijo a ella lo que no había dicho a nadie. Y entre otras le habló de su sexualidad escondida, de BDSM, de su necesidad de sentirse subyugado a la mujer como medio para llegar a un éxtasis sexual, aun sin sexo; su deseo ferviente, y no realizado, de besar los pies de una mujer en posición sumisa. Ella no lo entendía al principio; pero, poco a poco, fue tomando cuerpo la historia de su intimidad, y cobró una lógica abrumadora ante ella. Parecía razonable, y hasta bueno, el que hubiera otras formas de sexualidad, erotismo y sensualidad.


Por tanto, ese día no le costó nada hacer lo que había previsto. Después de un beso cándido en la mejilla, ella observó los aparatos, y sabía que el día había llegado. Ambos se miraron, y sin mediar palabra, atrancó la puerta de la habitación, y rápidamente subió a la cama. Lentamente, para no hacerle daño, y convertir en dulce ese momento, caminó por la cama hasta que la cabeza de él quedó bajo su cuerpo. Delicadamente y apoyándose en la pared que daba al cabecero de la cama, descalzó uno de sus zapatos, quedando al descubierto dentro de unas medias blancas de enfermera, un hermoso y recién arreglado pie. Ella lo fue acercando poco a poco a los labios de su paciente; y, éste, extrañado al principio y agradecido después, lo besó pausadamente, con regocijo. Algunas lágrimas caían de sus ojos mientras sentía los secos labios de él a través de aquellas finas medias.


Pero dentro de la tristeza, un soplo de efímera felicidad llamó a su corazón cuando contempló desde aquella altura las lágrimas de él. Unas lágrimas de éxtasis y agradecimiento. Unas lágrimas, propias de la persona que alcanza un objetivo imposible. Unas lágrimas... sus últimas lágrimas antes de cerrar los ojos para siempre.

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